The man who wasn’t there

Joel Coen y Ethan Coen (2001)

 

Sabias que…la película fue filmada en color y positivada posteriormente en blanco y negro.

Peliculón, un imprescindible de la filmografía de los Coen, el cine no sería lo mismo para mi sin saber que puedo recurrir siempre que quiera a los personajes bizarros y las situaciones hilarantes de estos dos hermanos.

Después de la ultima entrada pensábamos que iba a ser difícil encontrar un personaje mas inexpresivo que Ryan Gosling en Drive pero aquí tenemos en Billy Bob Thornton un gran competidor. Si bien podría decirse que hace de un perdedor de manual, hastiado, con una rutina exasperante y en el que todos sus intentos de escapar terminaran en tragedia y seguramente no nos equivocaríamos para cualquier persona corriente. Pero Ed Crane es distinto. Su forma de ver la vida, casi en tercera persona, le otorga la capacidad de dar un valor y una dimensión mas sosegada a las cosas, una forma de pasar la vida que intrínseca a su insensibilidad parece placentera. Decide que tiene que morder la manzana, no por aspirar a mas sino por intentar sentir algo de lo que sienten los otros, los que desfilan con ruido y frases banales a su alrededor. Perdedor o no, el caso es que va derechito a codearse con los grandes personajes de los Coen, como el Nota, que grande el Nota.

El reparto es una maravilla y se disfruta mucho de la mayoría de los actores. Gandolfini, como se te echa de menos!! La voz en off, el encuadre, la luz, la ironía,las situaciones rocambolescas, todo ayuda para hacer una peli redonda y que maneja muy bien los tiempos.

Por cierto, ¿cuantos cigarrillos se tuvo que fumar a lo largo del rodaje?

Me recuerda muchísimo a títulos del cine negro como Perdición, La jungla de aslfalto o El cartero siempre llama dos veces por aquello del blanco y negro, la voz en off del protagonista y la temática –“infidelidad” y crimen-. Creo firmemente que el cine negro nació y murió, fue hijo de una época, por lo tanto me cuesta meter en el mismo cajón a películas posteriores pero sí, en esta ocasión asumiré que The man who wasn’t there es un magnifico neo noir.

Un hombre que pasa por la vida viviéndola por pura inercia, un mero espectador que se sitúa en el papel de observador cuando ha sido él mismo quien ha ejecutado toda la trama. Es magistral observar a lo largo de la película las situaciones que envuelven al barbero y la forma en que éste reacciona.

Los hermanos Coen son conocidos por jugar con los géneros cinematográficos y retorcerlos hasta dar con resultados cuanto menos hilarantes y sorprendentes. Yo no soy muy fan de ellos pero tampoco hay que serlo para reconocer esta labor. Rizan los géneros y los manejan a su antojo como podemos ver desde sus inicios en Sangre fácil o la maravillosa Arizona Baby. Nunca sabes a qué atenerte con ellos, qué vas a ver. Quizá no sean originales en sus historias pero sí en como las conciben y las cuentan, llenas de giros y detalles inesperados que hacen que sus películas sean un viaje que, en mayor o menor medida, sabes que vas a disfrutar.

Y qué decir de Billy Bob Thornton y Frances McDormand. Del primero no tengo claro si hace una gran actuación aunque sí sé que su registro es el más adecuado para ese papel. Aparentemente es “sólo un peluquero”, taciturno, apático, que pasa desapercibido, y “adicto” al tabaco cuya desolada vida, apática, desapercibida y rutinaria da un giro de 180º. Y, por favor, no le echemos la culpa a la mujer. No busquemos culpables a la trama de la infidelidad. No entiendo que él decida ser un “justiciero” venido a menos cuando se ve que está con Doris porque “es lo toca”. Ese matrimonio es un decorado más de su vida.

Frances McDormand simplemente es un modelo a seguir. Qué mujer. De ella solo diré: https://www.youtube.com/watch?v=iOE91sYIdG0

Por último destacar los debates subyacentes que se plantean; el sentido de una vida vacía, los celos, la monogamia, la pena de muerte o la venganza. Todos ellos con el mismo núcleo: el egoísmo propio del egocentrismo que llevamos todos por bandera, aunque creamos que no.

A veces el conocimiento es una maldición.

Un poste de barbero cuyas hélices ascienden interminablemente, una llanta que gira y gira sin detenerse, y el cabello, que sigue creciendo incluso cuando estamos muertos. La vida de Ed Crane, al igual que todas estas imágenes que actúan como metáfora, avanza irremediablemente sin demasiado sentido, tan solo porque sí. Una existencia caprichosa, insustancial y, sobre todo, absurda.

Lo único que diferencia a este “Modern Man” de los demás, pese a encontrarse igualmente maniatado a lo ordinario, es la consciencia de haber entendido el sinsentido de su lugar en el mundo, lo que a su vez implica la más desasosegante de las incomprensiones. Los hermanos Coen, quienes han reflexionado muchas veces en sus películas acerca de esta irracionalidad de la vida, son expertos en no tomársela demasiado en serio. Al igual que a ellos mismos, y al igual que a sus personajes. Ed Crane no es un tipo inquieto ni nervioso, no es intenso ni sufre de ansiedad. No se ahoga en su miseria, ni sufre desconsoladamente por encontrar una explicación. Tampoco es alguien que tenga una necesidad innata de redimirse, ni por el que puedas sentir una especial simpatía. Es simplemente, un sujeto impávido que observa el absurdo y asiste a dicho show entre bocanadas de humo. A Ed, básicamente, le importa todo una mierda.

Con American Beauty, estrenada en 1999 y ganadora del Óscar a la mejor película de ese año, Sam Mendes dibujó una crítica feroz y sarcástica de la mentira del sueño americano. Tan sólo dos años más tarde, los Coen volvieron a abordar los sinsabores de la clase media estadounidense con El hombre que nunca estuvo allí. Son dos películas con muchas diferencias, tanto en su estética y tono (hiriente en aquella, más delicado en esta) como en su sentido filosófico, pero que también tienen múltiples paralelismos: la crisis de la mediana edad del hombre corriente americano, el cuestionamiento del modo de vida de la sociedad media acomodada y los recovecos de oscuridad e insatisfacción que esconde un impostado modelo de felicidad.

En este caso, los Coen nos introducen en la América de inmediata posguerra -años en los que se filmaron las mejores películas de la historia del cine negro- para deleitarnos con un maravilloso, elegante, triste (y también moderno) neo-noir. Como la mayoría de las historias del género negro clásico, El hombre que nunca estuvo allí está envuelta de crimen, adulterio y sobresalientes giros de guión; y como muchos de los personajes que protagonizan estas historias, Ed Crane está abocado a la penuria y a la fatalidad del destino.

El hombre que nunca estuvo allí me parece una película deliciosa. Desde la utilización de la música, el ritmo, la composición de los planos y el empleo de la luz hasta la variedad y genialidad de sus personajes. También el tono seco pero a la vez melancólico con el que este apocado barbero nos cuenta su historia, destacando esa escena en la que comienza a contarnos cómo conoció a su mujer, el teléfono le interrumpe, acude a la fatídica cita con el amante de aquella, y vuelve (tras quince minutos de metraje) para continuar su relato inicial. Una absoluta genialidad narrativa. Igualmente, resulta interesante la introducción del elemento sobrenatural, que sirve tanto para describir a la sociedad de su tiempo -época de tremenda paranoia alienígena- como para adentrarnos en el interior del personaje (porque, dentro de una existencia del todo absurda, puede llegar a resultar muy satisfactorio mirar hacia arriba).

Una película tan disfrutable como afligida, de enorme belleza formal y en la que también los Coen saben insuflar sus enormes dotes cómicos, del todo inesperados dentro de una trama apesadumbrada (casi me caigo con la insinuación de aquel simpático estafador). En palabras del protagonista, también narrador, y con una frase que resume bien la filosofía de la cinta (en la que habla de la última intervención de su abogado defensor): ”He told them to look not at the facts, but at the meaning of the facts. Then he said the facts had no meaning.”

Sensaciones encontradas con una película que lo tenia todo para que me encantase, pero que sin embargo, me ha aburrido a más no poder. Un desarrollo interesante y atractivo con una concatenación de sucesos que convierten a la historia en algo sorprendente y singular, pero con una estética y desarrollo clásico que hacen que este sea algo tremendamente pesado y fatigoso, tanto que en ocasiones los ojos tendían naturalmente a cerrarse.

Todo centrado en el hombre silencioso, sin ningún tipo de emoción, exaltación, agitación o sensación que le haga cambiar la mueca, que vive simplemente por inercia, que actúa porque realmente lo tiene que hacer, un autentico extranjero, que solo ve turbada su pasividad por una joven que nada pinta en la película y cuyo papel y actuación solo harían hacer a la película más corta y por ende más accesible. Esta exposición del personaje reservado y circunspecto casa a la perfección a lo que es la película, una muestra de emociones muertas, apatía y desidia que se relean de la mejor manera posible en dos horas de pesadez interminable.

Pretenciosa a más no poder, esta película narra una historia tremendamente atractiva con unos giros inesperados, pero tampoco enormemente alocados, que si fuesen contados de otra manera convertirían en este película en algo más que dos miseras estrellas. El ritmo y desarrollo tan lento acompañado de la estética clásica, pero con preciosa fotografía, hacen de este film un tanteo perfecto de lo que hubiese sido a mi parecer un película genial que se pierde en un contexto presuntuoso con una lentitud exagerada.

– Do you know what you are?

– What?

– You are an enthusiastic.

Debo reconocer que esto me ha hecho mucha gracia. Hasta diría que han merecido la pena las dos horas de tedio absoluto sólo por ver a Little Scarlett llamando entusiasta a Ed ‘el penas’. Qué cachonda. Y qué voz tiene.

La verdad es que, siendo de los Coen, esperaba más humor en esta línea, pero aparte de este sólo se pueden rescatar un par más de estos momentos graciosos/desconcertantes tan característicos suyos, como el discursito magufo de la mujer de Big Dave a Ed. No viene a cuento y no aporta nada a la historia, pero me gusta la “subtrama” de los OVNIs. Muy fan.

Mi otra parte favorita estaba encaminada a ser la escena dedicada a la física. Ya que la trama no estaba siendo muy entretenida que digamos, al menos que sirviera para divulgar un poquito de ciencia. Pero no, para justificar su estrategia en el juicio, el abogado decide cargarse uno de los pilares de la física cuántica: el principio de incertidumbre de Heisenberg. Empieza haciendo una analogía con planetas y estrellas (cuando esta ley solo es útil a escalas microscópicas), y lo remata con esa afirmación tan erróneamente extendida que dice que al observar algo ya lo estás alterando, por lo que nunca podrás verlo “intacto”. No quiero ser tan chapas como nuestro protagonista, así que quien quiera más información al respecto que se la busque en internet por su cuenta.

Al margen de estos pequeños detalles, solo tengo un adjetivo para describir esta película: pretenciosa. Va de intensa y trascendental pero solo es aburrida. Un aburrimiento encabezado por el carismático Ed Crane. Menuda rachita llevamos entre este y el Ryan Gosling de Drive. Al menos en ambos casos la estética salva en cierta forma las películas, o al menos las hace más llevaderas. Lo cual tiene mérito doble en este caso, por ser en blanco y negro.

  • TEST DE BECHDEL

¿Hay algo más que tíos fumando en esta película?

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