Luis Soto Muñoz (2023)
4 estrellas más por romanticismo que otra cosa, pero para qué estamos aquí si no es para disfrutar del cine, con todos sus defectos e imperfecciones, que aquí son unos pocos. No quiero detenerme demasiado en ellos aunque sí, empecemos por las actuaciones, que son cuanto menos mejorables. No entiendo por qué no repitieron alguna toma que otra en la que se equivocan con las palabras. También puedo detenerme en que no todo es blanco o negro, no todo debería ser cine indie o quinqui, paseo por las Vistillas filosofando vs. gritando en descampado de Villaverde. Parece que solo hay una narrativa para los del extrarradio, queriendo decir que hay solo un futuro.
Sin embargo, siento que la mayoría de decisiones están tomadas con cabeza, meditadas y cuidadas. Que es mucho decir para un director de 20 añitos que se puso a rodar con un presupuesto ridículo en mitad de una pandemia. Y con eso me quedo. Empezando por la presentación, total sinceridad: pues sí, la hemos rodado después de venir del trabajo, los fines de semana, ha sido nuestro hobby, pero hemos puesto todo en ello. Me impresiona el sonido, han hecho un trabajo estupendo para la dificultad que tenían. Y muy bien solventado con banda sonora integrada en casos en los que supongo que el sonido era imposible. Las localizaciones son preciosas y creo que tiene planos memorables. Por ejemplo, la hoguera o la conversación subidos en esa azotea mirando a las afueras de Madrid. También son muy armoniosos los planos fijos que han utilizado en transiciones. En general es una película que me viene muchas veces a la cabeza.
En el festival de San Sebastián contaron que el blanco y negro no solo era una decisión estética sino de presupuesto. Y que siempre los protagonistas vestían uno de blanco y otro de negro (o rayas) porque era una buena manera de que se les distinguiera bien en imagen, que a menudo tiene luz sobreexpuesta. Supongo que casi todos los proyectos audiovisuales tienen que solventar este tipo de problemillas, pero me parece encomiable cómo está hecho este.
Además del aspecto formal, disfruto con todo el cariño que hay aquí. Ya no solo el que han puesto todas las personas que han trabajado, que se nota, sino la ternura que desprenden los personajes en la historia. Me gusta mucho cómo tratan a las mujeres, incluso cómo hablan de ellas cuando no están. Y es que no es necesario tener una trama romántica o sexual, ni hacer bromas sobre mujeres, para hacer una peli irreverente. Y han sabido experimentar con la difusión de la fecha: ¿en qué año se supone que están?
Por supuesto, el título. Javi García y Daniel González, nombres que son metáforas de todas esas personas que sueñan mientras buscan el pan. Se ríen ante el presente y el destino, disfrutan del momentáneo placer de joder a los ricos a pesar de que su historia nunca salga bien. Ese sabor en la boca es dulce como echar la tarde con tu mejor amigo, con tu bro, como ayudar a tu amiga y a su hijo.
Sé que me repito pero me produce mucho orgullo ver a gente tan joven sacando adelante proyectos artísticos con más ganas que medios, y que por encima de todo, el resultado sea para recordar.
Sueños y pan, en sus primeros minutos, me muestra un primer plano de unos pies durante un rato que se me hace eterno (tengo podofobia extrema). “Empezamos mal”, pienso. Y lo que mal empieza…
En términos generales, me parece una película estéticamente bonita, bien rodada, con una buena fotografía, y un buen montaje. Quizá me sobre el blanco y negro, pero por lo demás, formalmente me ha gustado mucho.
Y hasta ahí lo que me ha gustado. Porque si en forma me parece una película muy decente, en fondo hay “cositas”. El guion, bastante pobre. Las actuaciones, malas con ganas. Los dos protagonistas, son antagonistas en cuanto a su actuación: un sosaina planísimo, frente a un cani histriónico sobreactuado. No me creo a ninguno de los dos. A Sara, tampoco. Creo que el mejor actor de la película es el niño.
Esa sobreactuación, y en general todo lo que en esos 90 minutos se pretende representar, me lleva a pensar que la película no es más que el retrato de lo que un pijo imagina que es Vallecas, un quinqui, una vida de barrio. Rozando incluso la romantización de la pobreza, y con una ausencia absoluta de dimensión política y social. La asociación con el género del cine quinqui hasta ofende. Entiendo las referencias y la inspiración, pero está muy lejos de ser cine quinqui.
Por último, pero no menos importante: ¿en qué año estamos? Una cabeza cuadriculada como la mía necesita referencias, y si todo apunta a unos early 00’s pero si me sacas el Wanda, me pierdes.
Dicho todo esto, tras terminar el visionado, busco en Google al director, Luis (Soto) Muñoz (que también se encarga del guion y el montaje) y leo que nació en el año 2000. Joder, EN EL DOSMIL. Tiene mérito, no lo niego, y también creo que tiene talento, por lo que probablemente veremos muchas más películas de él, aunque no entiendo que ponga su primer apellido entre paréntesis (será cosa de centenials).
Sueños y pan ha sido una grata sorpresa. Consigue esconder muy bien sus limitaciones y defectos, que los hay, hablándonos sin rodeos de la vida estancada en el barrio, sin dramatismos ni juegos lacrimógenos.
La simplicidad de la exposición de la amistad de los dos protagonistas, Dani y Javi de personalidades contrapuestas, se ve realzada por una fotografía en blanco y negro que toma sus riesgos sin ser pretenciosa. La complicidad de los dos actores no deja que decaiga un ritmo que no siempre es constante por la forma de narrar a base de pequeños relatos o escenas. Acompañan bien la banda y sonora, efectos rompiendo la cuarta pared y los mensajes en el atrezo. No me creo tanto las partes que deja ver el clasismo con un humor poco original y bastante forzado.
Se agradece ver una apuesta que arriesgue y que exponga las condiciones más duras con naturalidad y sin hacer un retrato exagerado de la miseria.
He acabado bastante saturado de ver a dos tíos decir “joder tronco hermano me cago en dios” en bucle durante una hora y media. Supongo que así es como nos ve la gente de fuera a los madrileños y entiendo que estén cansados de nosotros.
El resto me ha dado un poco igual. No sé si las actuaciones son muy buenas o muy malas, pero a mi me han cansado.
El clavo ardiendo al que me agarraba para disfrutar de esta peli era el aviso inicial de que estaba grabada en Madrid, pero al final no he visto más que un par de descampados irreconocibles, así que ni eso.
¿Y a nadie le ha parecido que había elementos que desentonaban con la época en la que se supone que se ambientaba? Mención especial a una cabina incrustada en un muro de piedra. Entiendo que eso era directamente una broma.
Por salvar algo, tiene cierto encanto el ver a esa “familia” que desestigmatiza tantos prejuicios. Ver a los dos “yonkis” rechazar las drogas por el daño que hacen o luchar por la custodia del niño da algunos buenos momentos, pero más allá de eso me daba bastante igual el desenlace de la historia.
¿Y qué me decís de lavarse el pie en un charco y luego ponerse la zapatilla sin calcetín?
Embelesado por la incesante verborrea que desplegaba el personaje de Dani me puse a pensar en mí mismo, en mi vida. Me fui a episodios del pasado, y me acordé, quizás por la cercanía temporal con los hechos narrados, de una historia la cual, todo en ella, también tenía el encanto de lo genuino, callejero y popular.
Realicé el examen práctico de conducir junto con otro chico. Un espíritu atormentado cuya mirada —como la de Dani— rezumaba tanto desesperación como rebeldía, y del que cada gesto era una declaración contra el sinsentido. No logro recordar cómo se llegaron a dar los hechos, pero recuerdo que este tenía que arrancar el coche tras haberlo calado en una cuesta complicada, mientras varios vehículos se agolpaban y encendían detrás en el frenesí típico de una mañana de Móstoles. Frente a esta situación, a la que yo sin lugar a duda hubiese sucumbido, él, impulsado por una especie de valor temerario, maniobró con una audacia casi herética mientras gritaba al coche —como si fuese un ente dotado de alma— unas palabras tan punzantes, viscerales, y cargadas de emoción, que parecieron perforar mi interior:
«¡Vamo’ niño, vamo’!»
Lo irónico es que, de la misma forma que aquel clamor impulsó, por sí solo, el coche, esta película, con su estilo crudo y sin artificios, me ha empujado de manera empática e interesada —y acrítica en lo estético— a lo largo de sus 92 minutos. Vamos, que me han hecho la juja. Hermano.
PD: El 0 es independiente de la película; una negativa a puntuar.