Sean Baker (2021)
Es oficial: Simon Rex y Ryan Reynolds han hecho más por NSYNC* que Justin Timberlake.
Recuerdo ver Red Rocket en el cine unos pocos días después de volver de Granada. El subidón de haber estado en mi ciudad favorita pudo haber nublado mi juicio, aunque la he visto otras dos veces después y en cada una me encanta más.
En Red Rocket todo lo que tiene que funcionar funciona. No pretende ser una historia de redención porque Mikey está convencido de que no hay nada de lo que deba redimirse. Para él todo es un paso más en su estrategia vital. El desfile de secundarios está a la altura de su protagonista (mención especial a Lonnie, el vecino “militar”). Su crudeza (que me aspen si mi hermana no habrá usado la palabra “grima”) engancha y atrapa.
Creo que nadie retrata mejor que Sean Baker la realidad del sueño americano y sus consecuencias. Desde Red Rocket a Anora pasando por Tangerine o Take Out. Sus personajes exudan humanidad y por tanto imperfección. No quieren admitir o no saben que son víctimas, pero tienen claro que quieren salir de su entorno y en su estrategia por conseguirlo tropiezan porque la banca siempre gana. El prisma desde el que los observamos guarda distancia suficiente como para evitar caer en el porno social o en la ridiculización.
Red Rocket funciona porque las historias de perdedores funcionan. Porque disfrutamos viendo a un cabronías fracasar y al mismo tiempo guardamos algo de esperanza en que le pueda salir su plan maestro. Porque no dejamos de ser colonias de la gran metrópolis y aunque el continente nos es extraño el contenido no lo es tanto.
¿Cómo no me va a gustar una película que empieza y termina con Bye, bye, bye, de NSYNC? Me ha pescado desde el segundo uno con uno de mis temazos millenials favoritos.
Red Rocket me ha generado sentimientos encontrados de principio a fin. Lenta en su primera parte y muy entretenida en la segunda. Fascinante y perturbadora. Comedia y drama. Me apetece irme con Mikey a comer donuts y también quiero cortarle los huevos. Quiero que acabe ya, y quiero que siga. Según termina, me pregunto: ¿por qué me ha gustado una película protagonizada por un personaje tan profundamente despreciable?
Del director, Sean Baker, solo había visto The Florida Project, que me maravilló. Red Rocket no me ha gustado tanto, pero está a la altura. Para mí, hay dos elementos clave. El primero, lo bien que están escritos e interpretados todos los personajes. Seña de identidad del además de director guionista de la película (junto a Chris Bergoch): una capacidad sublime de crear personajes que generen en el espectador esa mezcla de sentimientos; personajes que amamos y odiamos, que nos despiertan ternura y queremos matar. Mi favorita sin duda Lil, la madre de Lexi. Y Simon Rex está excelso.
El segundo elemento al que me refiero es ese arte que tiene el director para retratar la “América profunda”, la que no solemos ver en el cine ni en las series de Hollywood y que define a ese país mucho mejor que Nueva York, Chicago o Miami. Lo que viene siendo una representación perfecta de la pesadilla americana.
En definitiva, una película muy recomendable. Me deja con ganas de ponerme con toda la filmografía de Baker.
Tengo buenos recuerdos de esta película por haberla visto en la primera edición que acudí al SSIFF en 2021. Situada en la filmografía de Sean Baker entre Florida project (ya visionada en ECDC) y Anora, Red rocket es un punto intermedio en la transición hacia gags cómicos cada vez más exagerados, aunque sin perder la radiografía del EEUU más desolador.
Todo está construido sobre un fondo dramático en un barrio marginal. En el que sus habitantes sobreviven sin ninguna cobertura y poca esperanza de mejorar. La figura del protagonista, con aires de grandeza, carisma y capacidad para manipular, jugará con el espectador durante su desarrollo, siempre en búsqueda de algo que le pueda exculpar. Ese carisma será usado sin escrúpulos para utilizar a su vecino, su exmujer e intentar embaucar a una adolescente para iniciarla en el porno. La sensación que tuve ya la primera vez es que la última parte de gran venganza del barrio hacia él, venía a satisfacer de forma fácil y artificiosa al público. Creo que acierta más con el final abierto que ahonda en el carácter del personaje.
En esta, como en los otros films mencionados, toda esa escenografía de drama contrasta con un estilo visual de colores pastel y una estética edulcorada con esa bicicleta amarilla o la casita idílica de la niña. Tengo la sensación de que tanto el tono cómico como la estética acaban velando un poco la seriedad del trasfondo.
Como curiosidad personal, esta es la primera vez que vuelvo a ver una película vista en el festival de San Sebastián. En su día me gusto bastante, pero uno nunca tiene claro si la impresión que le deja una película en esas circunstancias es acorde a la realidad o está influida por ese atracón de cine durante una semana (para bien o para mal). El caso es que este revisionado ha reafirmado ese recuerdo y sigue pareciéndome una muy buena peli. Para mi gusto, la mejor de Sean Baker.
Me resulta fascinante disfrutar de una película en la que el protagonista es completamente insoportable durante cada uno de los 129 minutos que dura. Porque además es que aparece en prácticamente todas las escenas.
Imposible encontrar a un personaje más odiable que Mikey “Saber”, un ególatra y mentiroso compulsivo que se dedica a manipular a todo el mundo que se cruza en su camino. Encima es que el tío no calla. No deja de hablar ni un segundo, no vaya a ser que alguien le desmonte la película que se está montando. Que rabia de tío y que bien le interpreta Simon Rex. Papelón.
Lo que ya me ha parecido el colmo, y mira que había acciones reprobables para elegir, es cuando se ofende profundamente al ver que su vecino se hace pasar por exmilitar. Un tío del que no sale una verdad de su boca en semanas, de pronto ahí traza la línea de lo intolerable, en ir a un centro comercial con uniforme de soldado.
Absoluto delirio ya cuando celebra bailando que al otro le van a meter en la cárcel por el accidente de coche y él se va a librar. En ese punto ya me parece imposible no reírse ante tal desconexión con la empatía más básica hacia el resto.
En general me parece que en la parte final tiene unos momentos cómicos muy bien escogidos, como ese o el de los hermanos “mafiosos” discutiendo delante de su madre. Después de dos horas de esa tensión incómoda de ver a un tío tan irritante, entran muy bien unas bromitas.
También me gusta como va sonando Bye bye bye en diferentes momentos de la película, con un significado diferente dependiendo de quien la canta.
¿Alguien que haya ido a Estados Unidos me puede decir si es realista que una caja de un metro cuadrado llena de donuts, agujeros de donuts y dos cafés en vaso de litro te cuesten 6 dólares?
Se me ha hecho muy difícil de puntuar, la he sentido como un veneno envuelto en un lazo. Me ha tenido absorta durante sus más de dos horas, mirando a sus personajes con ganas de no ver ni un minuto más de ninguno de ellos pero a la vez con hambre de saberlo todo. Sean Baker vuelve a hablar aquí del sueño americano y de cómo se le retuerce a todos sus protagonistas. Me encanta que todas sus películas tengan ese hilo conductor, que Anora, Tangerine, Florida Project… sean todas parte de una misma conversación con diferentes subtramas. Y las tiendas de donuts se nota que son la punta de su iceberg personal. Pero sin duda lo que más me encanta de Sean Baker es que tenga su propia tipografía tan distinguible y sea tan fiel a ella. Casi nadie lo hace hoy en día y yo creo que le ha salido genial ese movimiento, le da empaque a lo largo del tiempo. Pienso mucho en la tipografía de Sean Baker, lo sé. Se llama Aguafina Script y la podéis descargar gratis en Google Fonts.
Volviendo a la película de hoy, de nuevo el sello del director nos sitúa en paisajes bonitos, paseos en bici, tonos pastel, textura granulada pero historias escalofriantes. Todo cuqui pero siempre te la clava. Eso sí, todo mostrado desde una aparente normalidad. La gente hace sus vidas, se levanta, va al trabajo… pero querrías que por favor dejaran de hacerlas. El hecho de que mencionen el esclavismo en el lago ese tan mono es una de tantas señales. Estados Unidos es escalofriante en sí, y Sean Baker lo sabe de sobra: los centros comerciales, la imposibilidad de moverte sin coche, las armas, las casas de madera que se caen a trozos, el servicio militar, la obesidad, el trabajo agotador de los obreros… son ejemplos que señala casi de pasada pero que siempre están flotando en el aire, haciéndolo cada vez más pesado. Porque mientras tanto, en plano principal está Mikey siendo la persona más insoportable de la historia (el dato definitivo: su premio al mejor sexo oral), un perverso narcisista, mentiroso patológico, groomer de manual, que utiliza a todas y cada una de las personas que tiene a su alrededor en su propio beneficio y que encima, te convence de que tiene suerte. Una de esas personas que con labia y siendo pesadas consiguen lo que quieren. Odio a esa gente. Pero a pesar de todo, Red Rocket consigue que exista una parte de mí en la que le deseo buena suerte. Al resto de personajes sobre todo, que caen en todas sus redes y trampas, pero incluso a él.
Creo que está muy bien hecha y que Sean Baker sabe dar exactamente donde quiere mientras, encima, te divierte. Si fuera de Texas esta película me habría hecho mucho daño personalmente.
Dato extra: Consider the title of the film, “Red Rocket,” a euphemism related to the reproductive organ of a male dog. Lexi knows that as the dog in her life, Mikey is no more than a “suitcase pimp,” a term used in the porn world, usually to describe a man who depends on a woman or women porn stars for his livelihood.