Kikujirô no natsu (Kikujiro)

Takeshi Kitano (1999)

 

Esta película tenía mi nombre en el sobre y yo puse toda la intención del mundo para que me encantara. Y al final, me gustó, pero sin pasar a mi posteridad. Las relaciones familiares (en este caso más bien adulto-niño) me fascinan y las busco siempre que puedo, sobre todo las que se basan en la sencillez. Pero aquí me ha faltado justo eso mismo. La historia me ha gustado, tiene enganche, y está claro que la meta no es importante: que Masao vea o no a su madre es prácticamente irrelevante. Pero todo tiene una capa de exageración que para mi gusto es excesiva.

Hay algunas escenas que me han encantado: la ciudad vacía en verano, la sensación de aburrimiento y calor, la fotografía de los paisajes, el momento en que la pareja del parking entretiene a Masao con malabares y con baile.

Pero los personajes… qué forma de estropearlo. Salvo el niño, todos me han caído mal o me han resultado indiferentes. El peor, Kikujiro. Insoportable. No puedo con los adultos que se creen niños. Sé que soy yo, que no tengo ni idea de la idiosincrasia japonesa, pero el humor me ha resultado basiquísimo. En contadísimas ocasiones, de nuevo por exageración, me ha hecho gracia. Y el actor que hace de niño contrasta demasiado. El pobre solo sabía agachar la cabeza, una actuación un poco regulera.

Seré una esnob y le doy vueltas a eso de que no tienes que empatizar con todos los personajes para que te guste una obra, pero no he podido evitar que esto no vaya conmigo. Con pena tendré que esperar al remake de Hollywood, y eso sí que es triste, porque fijo que me encanta.

Por cierto, la parte del acoso sexual sobra al completo. No aporta nada, no se vuelve a mencionar, no hace avanzar la historia. Igual de innecesaria que las dos horas seguidas de esa cancioncita 🔪🔪

¿Ver al presentador de Humor Amarillo doblado por Peter Griffin? Mi niño interior está dando saltos.

He de decir que la he disfrutado más de lo que esperaba. Me ha resultado tierna y divertida. No estaba iniciado en el cine de Kitano y creo que ha sido una muy buena forma de iniciarse.

El contraste entre la impulsividad y la ira del veterano Kikujiro (El mismo Takeshi Kitano) con la inocencia de Masao es el vehículo de la trama. Ese limbo entre lo crudo y lo bonito marca el tono general de la película y hace de ella algo verdaderamente interesante.

La fotografía y la banda sonora son sin duda puntos fuertes aunque en mi opinión la gran virtud de esta película radica en el buen hacer del niño.

Típica película de festival de cine. Road trip indie con silencios eternos y contemplación por doquier.

A mi me ha aburrido, la verdad. Todo lo tierno que podía tener se lo carga con el humor absurdo que aparece en cada escena. No soporto esas caídas exageradas, las peleas ficticias o los disfraces ridículos.

Igual no me ha pillado muy abierto a disfrutarla pero es que no puedo empatizar con el drama del niño si me aparece un tío imitando a un pulpo y a los dos minutos otro haciendo de extraterrestre.

Por salvar algo, me ha gustado la banda sonora simplista a piano. Me recuerda algo pero no sé a qué. Supongo que al ser japonesa, a algún videojuego.

Durante mi primera adultez, participé en un círculo literario compuesto por personas a las que consideraba bastante cultas. Una cosa que me llamaba mucho la atención era que a ninguno le gustaba Haruki Murakami. Decían que no les llegaba. Fue la primera vez (creo) que intuí una de esas cosas que, según te vas haciendo mayor, descubres que no son naturales. En este caso eran mis códigos estéticos.

Todo lo que nos gusta responde, en parte, a una educación (por ahora dejemoslo ahí). Si no has absorbido ciertos códigos desde la infancia, es difícil que logres conectar con lo “exótico”. Yo, por ejemplo, tengo una aversión casi automática a todos los videojuegos que no sean japoneses. No termino de vincularme. Esto se extiende a más cosas: la decoración, la forma de vestir, la fotografía, las películas… y así un largo etcétera. Aunque con el tiempo pueda haber aprendido otros códigos (y, así, disfrutar de más cosas), todavía hay algo profundamente hogareño en la estética japonesa. Como si fuera el idioma de mi vida interior.

Hacer un análisis de esta estética es una tarea complicada. Basta decir que hereda mucho de sus religiones y que uno de sus principios fundamentales es el mono no aware. Este último hace referencia a la belleza de lo efímero. Los momentos simples, la rutina, lo (aparentemente) trivial. Una belleza no en lo grandilocuente, sino en lo sutil (por eso el rollo de la flor de cerezo). Su estilo es, por ende, contemplativo, minimalista y abierto.

Ahora. Un momento antes de entrar con la película. Kitano es de esas personas que hay que tener respeto tipo Kojima o Miyazaki.

Vamos con el filme.

Kitano construye alrededor de este principio una historia que fluye sin urgencia, con largos planos fijos, sin grandes sobresaltos, con silencios… Vamos, como es el verano. Es un ejemplo claro de estructura narrativa japonesa donde se presentan situaciones que se disuelven sin necesidad de resolverse. Cada escena invita más a sentir que a entender, por eso puedes perder en lo argumental. Al final, ni hay catarsis, ni redención, ni un cierre claro. Porque lo importante no es lo que sucede, sino cómo se observa.

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