Saul fia

László Nemes (2015)

 

Todos hemos visto películas o leído libros y artículos acerca del Holocausto. A todos nos han impactado las imágenes, los datos y las historias del genocidio más grande jamás perpetrado por el ser humano. Por ello, cuando alguien decide, setenta años después de los hechos, y tras cientos y cientos de testimonios, relatos o acercamientos artísticos, volver a contarnos una historia sobre el exterminio nazi, es muy posible que se genere la sensación de ser un tema con el terreno ya plenamente abonado. Sin embargo, en este sentido, y a colación de El hijo de Saúl, ocurren dos cosas: en primer lugar, resulta de vital importancia seguir recordando lo que pasó allí, y diferentes puntos de vista no hacen sino ayudarnos a comprender mejor la barbarie en su conjunto; y en segundo lugar, y lo que convierte a esta película directamente en imprescindible, es que cuando el fondo de un asunto determinado ya se ha abordado en muchas ocasiones, es a través de la forma como mejor se pueden alcanzar nuevas perspectivas y sensaciones, y así no sólo llegar a la esencia del tema tratado, sino incluso mostrarla de manera más potente y desgarradora que nunca.

Y eso es precisamente lo que hace László Nemes en El hijo de Saul. Desde el primer plano de la película, la cámara acompaña a un prisionero judío perteneciente al cuerpo de los llamados Sonderkommando, encargados del trabajo sucio y culminante del proceso de exterminio de su propio pueblo. La novedad, en este caso, es que a través de la inmersión en la experiencia individual de uno de ellos, por la que somos introducidos y conducidos a través de las distintas dependencias de Auschwitz, damos cuenta del infierno a partir de la subjetividad de su punto de vista, encerrados (casi permanentemente) en una pesadilla que representa el horror de su existencia.

El director húngaro László Nemes (cuya familia materna fue asesinada en los campos de concentración) propone una experiencia absolutamente claustrofóbica: coloca la cámara en el cogote del personaje principal y, salvo lo que ocurre a muy corta distancia, desenfoca el resto del escenario. Una elección que, aunque arriesgada, no resulta en absoluto baladí, puesto que nace de la propia concepción de la película y está íntimamente relacionada con su intención dramática: la de encarnar el entumecimiento y la confusión de alguien que está siendo obligado a practicar el más absoluto de los horrores. La recreación de un muerto en vida, carcomido por el trauma y la deshumanización; alguien que sigue realizando el trabajo por el que está siendo esclavizado, pero que ya ni siquiera ve con claridad lo que está haciendo y se comporta, al igual que sus compañeros, como si fuera una máquina. La única manera, supongo, de soportar sin detección tal nivel de atrocidad. El hijo de Saul es una representación estremecedora de los mecanismos humanos de la barbarie y, por otra parte, una poderosísima metáfora sobre aquello que estaba ocurriendo y nadie sabía, o no quería ver.

En relación con este último concepto, el episodio de la cámara resulta especialmente impactante. Sin marcar demasiado lo que está pasando (como ocurre durante toda la película, en la que reina la confusión) se nos revela una de las realidades más significativas: la obsesión de los presos por registrar lo que estaba ocurriendo, la esperanza de ser rescatados y la necesidad de que, aunque ellos fueran eliminados, al menos quedara registrada alguna prueba del genocidio, al ver cómo todo estaba siendo premeditadamente eliminado.

La película está llena de secuencias imborrables y desgarradoras, como aquella de la turbadora mirada del capataz, obligado a escribir una lista con los nombres de sus hombres prescindibles. O aquella larga escena en la que, por primer y última vez, la cámara se enfoca y vislumbramos el infierno: Saúl busca un rabino en medio de los batallones de la muerte, rodeados de fuego, desesperación y locura. Pero lo más apreciable de la cinta es cómo damos cuenta del sistema fabril utilizado por los nazis, un proceso perfectamente articulado para aniquilar al ser humano.

La casualidad ha querido que esté escribiendo esto hoy, horas después de haber visitado Sachsenhausen, un campo de concentración a treinta kilómetros de Berlín. Como decía antes, por mucho que se haya visto o leído sobre el tema, ninguna obra podrá llegar a transmitir del todo el horror acontecido, pero El hijo de Saúl es seguramente una de las aproximaciones más realistas y certeras.

“- Moriremos por vuestra culpa.

– Ya estamos muertos“.

Llevo unos meses estancado en el buenismo, salvando películas que no me habían gustado por detalles “objetivos” que las hacían mejores e infravalorando otras que había disfrutado por presión de grupo. Pero eso se acabó. Va por ti, The mist.

¿Hasta cuándo películas que intentan remover con judíos exterminados en campos de concentración? Basta ya. Estaremos viviendo la rebelión de los robots y luchando la cuarta guerra intergaláctica y todavía habrá intensos haciendo pelis sobre las cámaras de gas. Ya sabemos lo duro que fue, nos lo enseño Adrien Brody tocando el piano. Al menos a los que no se durmieron.

Podría salvar en este caso la “cercanía” con que nos muestra el conflicto, viviéndolo casi en primera persona. Pero no. No se que clase de recurso es llevar la cámara sobre el hombro del protagonista toda la peli, pero es un mareo que en todos los planos la mitad de la imagen sea su espalda y la otra mitad el fondo desenfocado. QUIERO VER LO QUE ESTÁ PASANDO.

Y luego está la trama. El tío se obsesiona con un niño muerto y quiere enterrarle sea como sea. ¿Es su hijo? El título dice que sí y él también, pero no cuela. Le cuenta a su compañero que es de otra mujer o una mentira así, pero tampoco se lo traga. Simplemente es un niño con el que se obsesiona. Supongo que llegó a su límite. Igual por eso ni se inmuta en toda la peli.

Y eso sería todo, porque poco más hay que comentar. Mucho caos y alguna montaña de cadáveres desnudos, que siempre impacta.

  • TEST DE BECHDEL

En esta peli solo hay nazis y judíos. Todos señores.

Sabias que…el film esta rodado completamente con una lente de 40 mm.

Luces y sombras en este film que es la obra de debut László Nemes. Por un lado tenemos una ambientación que tenemos que intuir , pues la cámara no nos dejara ver la mayoría del tiempo poco mas que el rostro del protagonista, aun así no sera un problema a la hora de llevarnos una buena idea de como era el horror dentro de un campo de concentración pues el sonido en especial nos guiara de maravilla en este aspecto. No obstante el recurso utilizado en la cámara acaba alejándome mucho de poder empalizar con los personajes y de poder seguir la historia como es debido. Sin duda el sonido, sin música, siempre escuchando de fondo las ordenes de los alemanes y los susurros de las victimas, que forman apenas un puñado de diálogos, es lo mas logrado de la película. Te incluye dentro de la vorágine del campo.

Si hablamos de la historia la verdad es que ando un poco perdido, no se si realmente era su hijo o no y creo que me intenta decir mas cosas de las que logro entender con la sonrisa y el niño al final. Lo que si se ve claramente es la tenacidad del protagonista por hacer importante lo que es brutalmente importante como es el asesinato de un niño y su entierro pero que sumidos en ese infierno prácticamente te pone de los nervios su profunda insistencia.

Del tema también quiero hacer una reflexión, pues si bien es verdad que se intenta contar desde una perspectiva original y que narra unos hechos que debemos hacer que perduren en las conciencias, no me aporta nada en absoluto a una lista infinita de películas sobre dicho tema. Diría incluso que empieza a ser contraproducente al menos en mi persona porque de saturación ya sufro hasta cierta insensibilidad.

En conclusión, me ha mantenido siempre pendiente de todo los detalles por su singular forma de mostrarlos y me ha confundido el trasfondo si es que lo hay.

Una ópera prima experimental pero fallida, atrayente pero aburrida, una fórmula errónea… No obstante también diré que el cine, para mí, cambia cuando una mano invisible te atrapa y te mete en la película sin darte cuenta, lo estás pasando bien, estás disfrutando –bueno, en este caso igual no pero ya me entendéis-. Luego, si queréis, analizamos los aspectos técnicos y demás parafernalia cinematográfica pero, a priori, lo que te llena de verdad es la putita historia –aquí no aprovechéis para decirme: “Entonces según tú puedo opinar que 2001: Una odisea en el espacio no me guste ¿no? Porque solo triunfa técnicamente.” Y yo te diré: “VETE A LA MIERDA HOMBRE.”

En Son of Saul el director intenta crear una atmósfera opresiva, tensa y asfixiante de cómo era el día a día de ese infierno que no desearías ni a tu peor enemigo. Pero no lo consigue. Cansa. Se supone que tienes que vivir en primera persona esa horrible sensación gracias a la novedosa técnica de “cámara apuntando a la nuca” pero flojea. Quien mucho abarca poco aprieta, como diría mi yayito.

El horror era la película, más que los campos de concentración. Intentando ser objetiva confesaré que el problema lo tengo yo y no la película. Sí, soy consciente de que el actor no me transmite nada porque su función es esa; parecer impasible en un estado de shock constante. Un personaje cuyo objetivo parece estar movido por la inercia del amor. ¿He dicho yo esto?

Así que entiendo perfectamente la emoción –o falta de ella- que quiere transmitir debido a todo lo que está viviendo pero no siento absolutamente nada. Pena, tristeza, dolor…

También me parece una película indispensable, aunque no me haya gustado, porque muestra el holocausto de una manera novedosa, y ya es decir. Acostumbrados a un sinfín de películas que tratan el tema del nazismo esta no es una más y lo hace de una forma nunca vista anteriormente –o al menos a lo que mi modesta sabiduría cinematográfica respecta-. Creo que lo consigue –o lo intenta- usando tres recursos; una profundidad de campo escasa y limitadísima, una cámara rápida, ligera y hábil acompañada por unos eficaces efectos de sonido.

Así que me quedo con su forma pero no con su contenido. O al revés. Yo qué sé ya. Que sí pero no.

La típica película húngara del holocausto de la que los intensos y alternativos se recrean en su profunda intensidad y de la cual se hace mofa de este manido estereotipo.

Y es que Saul Fila es esa película cruda, descarnada y dura que se centra en la ambientación para provocar un sentimiento de acongojo típico de un horror tal como el holocausto, con una intimidad y un martirio que sin ningún tipo de adorno consigue afligir al espectador. Sin frivolidades ni sensacionalismo, sin imágenes explicitas y sin caer en en el sentimentalismo, sin una banda sonora que lo soporte, solo con la más contundente realidad consigue sumergirte en la angustia de del mayor de los dramas.

Carente de dialogo y de una historia de peso que narrar, se puede llegar hacer dura, larga y pesada, cimentándose solo en una cámara y una gran ambientación que consigue en un principio lograr su propósito, pero sin ser necesario dos horas de metraje, con la mitad o dejándolo simplemente en un cortometraje impactaría de la misma manera o incluso más.

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